Una vez, un amiga que el tiempo, el destino y las cosas de la vida se encargaron de alejar, me dijo:
"Vos tenes el corazón demasiado grande, cuando queres a alguien, lo queres incondicionalmente, incluso aunque no lo demuestres del todo.
Y por eso sólo unos pocos entienden que vos darías y das todo por el otro.
Y por eso cuando el otro te daña, sufrís más de lo normal."
A veces me gustaría no ser así.
Me gustaría ser de esas personas calculadoras y frías, sin corazón. O que me importe menos las cosas.
Pero no.
Mi hipersensibilidad, mi sentimentalismo, mi fe, mi esperanza, me impiden ver la vida de forma objetiva.
Y es por eso que jamás voy a entender ciertas cosas. Soy totalmente subjetiva. Veo todo con el alma.
Y a veces se complica ver las cosas con el alma. Más que nada con los sucesos tristes.
Especialmente, la muerte de un ser querido.
En los últimos cinco años, perdí a gente que amé, amo y amaré por el resto de mi vida.
Personas que dejaron algo en mí y que su recuerdo estará en mi ser por siempre.
Entre esas personas, mi abuela Florentina y mi abuela postiza, Beatriz; a mi forma de ver, las más importantes.
Esta semana se sumó alguien más a esa lista.
Mi prima del alma, Romina.
Un ángel, alegre, afectuoso y joven, tal vez demasiado como para irse.
Luchó hasta el final contra una enfermedad.
Pero ahora le toca descansar en paz.
Su recuerdo vivirá en mi corazón y algún día, nos volveremos a ver.
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